Vida

Su vida infantil se desliza tranquila en Ávila y en su hogar, como ella dice, muy pronto comienza a sentir los efluvios del amor divino. Va pasando el tiempo y Teresa va haciéndose mujer. Tiene en sus años mozos ligeros devaneos: libros de caballerías, amistades frívolas, veleidades fugaces, sueños; pero el Convento de Santa Rita la alberga por algún tiempo para consolidar así su virtud y formación.


Abandona el mundo y en el Convento de la encarnación vistiendo la estameña blanca y parda del hábito carmelitano, proyecta la reforma religiosa en la Orden en que había profesado.
Allí en las celdas conventuales, la Madre Teresa goza con sus arrobamientos y sostiene ardorosos coloquios con Jesús, y una vez templado su espíritu con la penitenta y la oración, marcha por caminos y ciudades fundando monasterios y reformando los ya existentes. Viaja incansable por tierras españolas, persiguiendo un altísimo ideal de fundaciones. No la detienen ni sus achaques de mujer madura, ni las nieves del invierno castellano, ni los calores del estío andaluz.


Toda la obra de Teresa, nació en el seno de Ávila, por ello sus calles y templos son reliquias perennes que tienen estampadas las huellas de sus sandalias.